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sábado, 23 de febrero de 2013

EL DESTROZO Y EL PORVENIR por David Trueba

Es habitual toparse con la publicidad bancaria y encontrar que el desembarco en Internet de este sector ya es irreversible. Lo llaman banca electrónica por no haberle encontrado otra denominación más brillante. Todos, poco a poco, recurrimos al ordenador para nuestras operaciones y pagos. Quizá también expulsados de las sucursales bancarias, donde te atrapan detectores de metales, puertas automáticas y ya apenas queda nada del paisano que regalaba una docena de huevos de sus gallinas al empleado. Aunque seguimos abriendo la cuenta en el banco al lado de casa por lo que pueda pasar y porque valoramos en mucho ponerle cara a una marca, la distancia se ha agrandado. Reducido el personal a la mínima expresión, transformados también los humanos en cajeros automáticos, puede que sea cuestión de tiempo que todo lo hagamos desde una pantalla móvil. Aunque el dinero en metálico, el oro y las joyas sigan siendo elementos palpables en la sociedad digital. Pero cada vez que un cliente más elige un banco que funciona tan solo a través de la Red, para reducir costes y comisiones a costa de ahorrar en personal, estamos poniendo otro clavo en el entierro del mundo de antaño.

Son muchos los negocios que desembocan en los mares de Internet para sobrevivir o crecer. El bancario no podía ser menos. La cuestión es cómo ha afectado esta revolución al concepto de empleo. En España, donde ni siquiera hay límite para las empresas multimillonarias de hidrocarburos que recurren al sírvase usted mismo para ahorrar en trabajadores, la respuesta es bien sencilla: rondamos los seis millones de parados. Puede que el mundo digital en algunos años genere la oferta de empleo compensatoria, pero no parece que vaya a ser fácil. Las grandes empresas del sector virtual se caracterizan por un enredo social sin límites y una reducción de trabajadores espectacular. Se habla de emprendedores todo el rato para vendernos un optimismo falso, pero si rascas en esas propuestas hay más humo que otra cosa.

Por eso agradecí leer las declaraciones de un inteligente consultor, Luis Martín, de Cabiedes & Partners, en las que aseguraba algo que nadie se atreve a afirmar con tanta claridad: “Internet destroza todas las industrias a las que afecta porque acaba con su margen de rentabilidad”. Si la banca se suma al derrotero que antes tomaron el mundo de la música, de la prensa, de la venta de producto especializado, y pronto librerías y editoriales y el sector publicitario, comprobaremos si es cierto que la asociación con la Red provoca la muerte lenta del viejo negocio. La supervivencia empresarial no entiende de sentimientos ni nostalgias y la banca ha sabido encontrar el lucro en los mercados virtuales, pero es el empleo quien aún anda descabezado. De ahí que todo el mundo reconozca en privado que la gran mayoría de parados mayores de 45 años difícilmente volverán a encontrar un trabajo duradero y estable. El destrozo es histórico, pero lo grave es que muy pocos esfuerzos se dirigen hacia el futuro de verdad, al cambio de paradigma, a la protección del humanismo y las condiciones de vida, a la imaginación necesaria para no dañar al corazón y la esencia de eso que llamamos porvenir.

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